sábado, 8 de mayo de 2010

La Bella Otero

Al menos siete hombres se suicidaron porque no podían poseerla: uno de ellos se tiró bajo las ruedas de su coche.
Fue un icono, uno de los primeros de la era en que la imagen sustituyó a la realidad a través de su metáfora: la fotografía. Su figura solo es posible en una Europa y América inmersas en los delirios de la "Belle Epoque", lo que permitió a Carolina crearse una vida repleta de mentiras.

Agustina Otero Iglesias nace el 4 de noviembre de 1868 en Ponte de Valga, Pontevedra. España, hija de una mendiga soltera que no se preocupó mucho de su educación.

Con diez años sufre una terrible violación, de la que salió viva de milagro. A raíz de aquello, que la dejó estéril, desengañada y helada para siempre, Agustina decidió escaparse con unos cómicos y vender su bello cuerpo.
Al dejar la compañía se vio obligada a ejercer oficios poco recomendables para salir adelante, como bailar en locales de la más diversa índole, e incluso llegar a ejercer la prostitución.
Aterrizó en París, donde el empresario Ernest Jurgens inventó el personaje de La Bella Otero, para competir con la bailarina española Carmencita, otra farsante hija de un albañil polaco.

La siguiente mentira fue el nombre que se puso: Carolina o Lina. Y qué decir del acento de Cádiz con el que gustaba de hablar francés o de su supuesto título de condesa.
Jurgens fue en seguida su amante, pero pronto Carolina empezó a trabajar en lo que mejor se le daba: sacarle el dinero a los hombres.

Su primer mentor, que se había dejado los cuartos en fabricarla, fue sustituido por alguien con más posibles: William Kissam Vandervilt, el rico heredero de una de las familias más influyentes de Estados Unidos.
En la excelente biografía de La Bella Otero, escribe Carmen Posadas: “Vanderbvilt y Jurgens marcarían un esquema que se iba a repetir a lo largo de su vida amorosa: por un lado, el caballero de influencia menguante cometía cada vez más disparates, incurría en más gastos, más deudas y más humillaciones para mantener su amor, mientras que el nuevo se beneficiaba de sus favores hasta el momento en que ella, utilizando como coartada unos injustificados celos que su furia española no podía refrenar, lo sustituía por un tercero.”

En el caso de Jurgens, la cosa acabó en suicidio, al que siguieron los de otros seis hombres, que no tenían dinero para poseerla; el último se arrojó a las ruedas del coche en el que iba la Bella de paseo por el bosque de la Bologne.

La bailarina triunfaba en los escenarios europeos y americanos y seguía deslumbrando caballeros, cada vez más ilustres, como el gran duque Nikolai Nikolaievich o el mismísimo zar de todas las Rusias Nicolas II. Betie, o sea, Alberto I de Mónaco, fue otro de los incautos coronados que conoció en un antro parisiense, el Bal Tabarín.

Otero no era una bailarina profesional y su arte era más instintivo que técnico. Sus danzas eran una mezcla de estilos flamencos, fandangos o danzas exóticas. También era una cantante competente y tenía calidad como actriz. Representó Carmen de Bizet y piezas teatrales como Nuit de Nöel.
Tenía una economía boyante proveniente del Casino monegasco, lo que le facilitó la pesca (literalmente) de la Bella lanzándola de cebo desde un balcón del tugurio un hermoso collar de perlas.
Todo era así de excesivo con Carolina. Los regalos de joyas y el dinero que ella inmediatamente se gastaba en los tapetes del juego, era el único modo para poder lucir a Carolina del brazo.
Poseerla daba lustre a por ejemplo (Willy para Lina), al entonces príncipe de Gales Eduardo VII, y más tarde a Alfonso XIII, todos ellos suministradores de fichas de casinos para la Bella.

A los 46 años se retiró y se dedicó sólo a jugar, hasta acabar viviendo en una habitación en Niza.
Otero llegó a reunir una fabulosa fortuna que, debido a la ludopatía que padecía, fue dilapidando en los casinos de Montecarlo y Niza.

Se retiró de los escenarios en 1910 y se estableció en Niza, viviendo de una pensión que le pasaba el Casino de Montecarlo en agradecimiento por los millones de francos que en él dejara.

Murió en 1965, a los 96 años de edad totalmente arruinada y sola. Fue el final de aquella a quien José Martí había dedicado los versos:

“Ya llega la bailarina/soberbia y pálida llega./¿cómo dicen que es gallega?/Pues dicen mal: es divina”.


Fuente de datos:
*Biografías Desveladas – Luna Martín (Muy Historia)

2 Comments:

Mari-Pi-R said...

Un blog muy interesante, gracias por la recapitulación de biografiás.
Vivió hasta muy alta edad por ser aquella época, habiendo tenido una vida difícil en muchos periodos de ella.

Eva Magallanes said...

Vaya, que mujer ésta: bella, malévola y ludópata. De esas féminas que supieron desde chiquititas convertir su ser femenino en poder, un modo de aliviar sus carencias afectivas. Lástima que aquello es un camino sin retorno... a estas divas suele esperarles la pobreza y la soledad; en todo caso supongo ella me habría callado la boca con un: "lo comido y lo bailado no me lo quita nadie"
En una época histórica donde las mujeres eran a penas un artefacto, le rindo homenaje por su osadía y por haberse echado al bolsillo a unos cuantos.
Abrazos para ti y gracias por presentarme a esta Bella Otero
(curioso: otero significa cerro)

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