viernes, 29 de abril de 2011

Catalina de Erauso

(Catalina de Erauso - Pintura de Francisco Pacheco)

Catalina de Erauso nació en 1592, en la villa de San Sebastián de Guipúzcoa, hija del matrimonio formado por el capitán Miguel de Erauso y María Pérez de Galarraga y Arce.
No era tan raro en 1596 que una niña de cuatro años fuese enclaustrada, sobre todo si de por sí era una niña traviesa y atrevida. Internaron a Catalina en el convento de San Sebastián el Antiguo, donde su tía era priora, tal y como hicieran antes con sus tres hermanas, María Juana, Isabel y Jacinta, permaneciendo todas en él hasta el final de sus días.
Sin embargo Catalina no llegó a profesar de religiosa por la misma razón que erigió toda su vida: una pelea.
“Ella era robusta y yo muchacha, me maltrató de mano y yo lo sentí”, escribe en sus memorias para justificar la reyerta que tuvo con la monja profesa Catalina de Abril el 18 de marzo de 1600 siendo aún novicia, pero la verdad es que Catalina o Pedro de Orive o Francisco de Guzmán o Antonio de Erauso, que todas estas fueron sus identidades, no hizo otra cosa que reñir y pelear durante toda su vida.

Cuenta que siendo aún novicia, se escondió en un castañar, con aguja, tijeras, e hilo que había robado del convento, y pasó tres días haciéndose, de una basquiña de paño azul que hallara, unos calzones, y de un fadellín verde de perpetuán que llevaba debajo, una ropilla y unas polainas.

La mayoría de lo que nos cuenta en sus memorias parece real. Las escribió en 1625, antes de embarcarse por segunda vez hacia las Américas, donde murió. Según ella misma, la biografía romántica que le dedicó el escritor inglés Thomas de Quincey y los historiadores, Catalina no paró de meterse en líos. Salía de ellos por suerte, por azar o fuerza, pero su carácter bravucón y chulesco la volvía a meter en líos.

En Sanlúcar de Barrameda se embarcó para las Américas en el galeón del capitán Esteban Eguiño. Tras pasar por Cartagena de Indias, el navío volvía ya a España, pero Catalina le robó 500 pesos a Eguiño y se escapó embarcándose para Panamá.
Allí se acomodó con Juan de Urquiza, con quien se salvó de un naufragio. Sabemos, porque ella lo dice, que le gustaban las mujeres. 

Alta, andrógina, con mínimos pechos y vos grave, no le resultaba difícil disimular su sexo. Otra cosa era la intimidad: Catalina siempre evitó casarse. Huída a Trujillo, donde también se enzarzó en una pelea, se trasladó luego a Lima y entró al servicio del mercader Diego de Lasarte. Una de sus hermanas, a la que “andaba entre las piernas”, de nuevo la puso en el brete del matrimonio. Nueva huída hacia la ciudad de Concepción y nueva casualidad: Catalina encontró a su hermano Miguel de Erauso.
Casi tres años estuvo con él de soldado sin que conociera su identidad, hasta se disputaban las mujeres.
En Chile, Catalina participó en algunas de las más terribles y crueles batallas contra los indios. Después se produjo uno de los episodios más tristes de la novicia soldado. En una de las peleas tuvo la mala fortuna de matar a su hermano “¡Sabe Dios con qué dolor!” le enterró y escapó caminando por la costa hacia Tucumán.
Sin agua, sin comida, Catalina describe como sacrificó a su caballo buscando algo que llevarse a la boca.

Matanzas, batallas contra los indios, riñas, peleas de juego, escapatorias de pretendientes, heridas y muchos viajes fueron la vida de Catalina de estos agitados años. Acabó en Guamanga y viéndose en un verdadero atolladero, confesó al obispo del lugar su verdadera identidad y su delirante trayectoria. Unas matronas testificaron no solo que era mujer, sino además, virgen. Así que el obispo perdonó los excesos, la vistió de nuevo de monja y la metió en un convento. Un aguerrido soldado con toca y rezando maitines.

(Urbano VIII - Pietro Da Cortona)

Catalina se hizo famosa y volvió a su patria despertando tanta expectación, que la recibió el rey Felipe IV y le concedió una pensión. Luego, el Papa Urbano VIII le otorgó la facultad de usar ropas masculinas y la posibilidad de hacer público lo que siempre había sido: todo un hombre.

En 1630, vuelve a viajar a América instalándose en México. Allí regenta un negocio de transporte de mercancías, o arriería entre la capital mexicana Veracruz. A partir de esta fecha se pierde en parte su rastro, desconociéndose poca cosa de su vida. Se dice que su muerte se produjo quince años más tarde, en 1645, en
Cuitlaxtla, localidad cercana a Puebla, sin que se sepan a ciencia exacta las causas del fallecimiento, del que existen varias versiones. Algunos dijeron que murió asesinada, otros que en un naufragio, y otra versión dice que murió en los altos de Orizaba, sola entre sus asnos.

Fuente de Datos:
*”La Monja Alférez” – Luna Martín – Muy Historia

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