lunes, 18 de julio de 2011

Princesa De Éboli


(La Princesa de Éboli - Autor Anónimo)
 
Valentín Cardarera, pintor oscense de mediados del siglo XIX describe: “La tez muy blanca, el ojo entre castaño y negra, negra también es su cabellera, prominente y rizada como la de algunos retratos de la hija de Felipe II, von cintas blancas recortadas en la cima. El vestido, de seda negro, enriquecido con pasamanos o alamares de lo mismo; del cuello (bajo una prominente lechuguilla de abanillos) cae una sarta de perlas, y desde los hombros cae un velo de crespón blanco que a veces tenía su nacimiento en lo alto de la cabellera”.

Una de las cosas más fascinantes de Ana de Mendoza es su imagen. Quedó plasmada en el retrato salido del pincel de Alonso Sánchez Coello, aunque algunos dudan de su autoría. Ese alto caldado de pelo rizado y negro, apoyado en una ancha y cuadrada frente terminada en finísima ceja. La nariz algo torcida pero recta y firme, mejillas encendidas y boca apretada, perfiladísima y sensual. Dos perlas que descansan en una gola imposible, enorme, y esa mirada retadora, inquietante, de un solo ojo… ¿Pero qué había detrás del parche? ¿La cuenca hueca? La leyenda decía que de niña tuvo la mala fortuna de atravesarse el ojo con un florete. Aunque también se ha dicho que el trozo de tela tapaba una simple bizquera.

Conociendo a la dama, eso es casi imposible. Ella no era común. Podía ser buena o mala y depende para qué y con quién, pero jamás vulgar.

Ana de Mendoza de la Cerda, la princesa de Éboli, duquesa de Pastrana y condesa de Mélito, nació el 20 de junio de 1540 en Cifuentes, Guadalajara, hija única de Don Diego Hurtado de Mendoza y de la Cerda, virrey de Aragón y Cataluña y doña Catalina de Silva, una de las familias más poderosas de la época, la familia Mendoza.

 (Ruy Gómez de Silva - Pintura de Sánchez Coello)

Era tan extraño que un matrimonio de conveniencia – como todos en esa época – acabara en separación, que seguro que la niña Ana, biznieta del cardenal Mendoza, se vio muy afectada por las continuas peleas de sus padres.
La joven se avino con naturalidad y agradecimiento cuando el rey le propuso desposarse a la edad de 12 años, con Ruy Gómez da Silva, un príncipe portugués que le llevaba 24 años y que era secretario de Felipe II.
Era una niña “bonita aunque chiquita”, se dice en sus capitulaciones matrimoniales de 1553, pero los esponsales no se consumaron hasta que Ruy no volvió de las campañas en 1557. La pareja tuvo más de diez hijos, se los que sobrevivieron seis, y en sus trece años de matrimonio no conocieron desgracia ni problema.
El marido compró a su alocado suegro la villa de Éboli, en Italia, y consiguió de su amigo Felipe II el título de príncipe de esta localidad en 1559, además de conde de Mélito, duque Francavilla, señor de Ulme y de chamusca, duque de Pastrana y Grande de España.
(La Princesa de Éboli pintada por Sánchez Coello)
Ana no fue durante su matrimonio la casquivana a la que nos tiene acostumbrados la leyenda, sino una esposa poderosa, feliz y fiel. Pero tampoco era una monja: al quedarse viuda le dio por la piedad y decidió instalarse con vestidos, joyas y damas, nada menos que en uno de los conventos de carmelitas fundados por Teresa de Jesús en Pastrana. “ ¡La princesa monja, la casa doy por deshecha!”, dijo la santa abadesa, con su habitual sentido común. Y así fue. Las humildes hermanas descalzas tuvieron que abandonar el lugar y trasladarse a Segovia, para que la de Éboli, con sus parches, golas y parafernalias no les disturbara el austero recogimiento.

Se fue luego a su lugar natural, nido de intrigas: la Corte. Allí pudo dedicarse a conspirar contra la casa de Alba, el partido del que tradicionalmente eran enemigos los Mendoza.
Ahora su facción la lideraba el sucesor de su marido, nuevo secretario de Felipe II, Antonio Pérez. El mejor chismorreo de la Corte en esos momentos era que Antonio Pérez era hijo de Ruy y tuvo que desmentirlo el propio emperador Carlos. Así que cuando Ana comenzó a tener relaciones con el poderoso secretario de Felipe II, el morbo era tremendo, ya que, supuestamente ella era su madrastra.

 (Antonio Perez - Pintura de Sánchez Coello)

Pero lo importante estaba por venir; Ana, con toda su facción Mendoza a las espaldas, y Antonio Pérez, optaron por conspirar contra Juan de Austria, el hermano bastardo de Felipe II, oponiéndose a su posible matrimonio con María Estuardo.
El caso es que Juan de Escobedo, secretario de Juan de Austria, empezó a descubrir todo el pastel y vino a la Corte a explicar a Felipe la situación. No se sabe si el Rey consintió o fue pura iniciativa del secretario, pero tres tipos cosieron a puñaladas a Juan de Escobedo en Madrid.
Hasta la muerte de Juan de Austria Felipe no tomó cartas en el asunto; pero entonces mandó detener a Antonio Pérez y puso a Ana a buen recaudo en la Torre del Pinto o el palacio de los Éboli en Pastrana. No volvió a dejar salir a la intrigante Ana de su encierro, a pesar de que ella le pidió varias veces protección.

 (La Torre de Pinto en La Plaza de la Hora de Pastrana)

Hasta 1592, en que murió, desde la plaza de la Hora de Pastrana se adivinaba tras las rejas una sombra oscura, y una mirada penetrante de un solo ojo taladraba el aire.

Fuente de Datos:
*Luna Martín – Biografías Desveladas - “Quince Españoles Enigmáticos” – “Princesa de Éboli”

4 Comments:

U-topia said...

Interesantísima biografía, menuda mujer, verdaderamente ambiciosa.

Un abrazo!!

Mari-Pi-R said...

Debía darle su atractivo, tuvo una vida muy variada y muriendo joven.
abrazos

biografias said...

Laura Uve, ya se ve que su ambición no tenía límites.

Un abrazo

biografias said...

Marui-Pi_R, yo creo que le data un toque de morbo. Parece que a pesar del parche era muy guapa.

Un abrazo

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