viernes, 10 de octubre de 2008

Josèphine Bonaparte, Lujuria Y Ambición

(Retrato de Josefina Emperatriz- lienzo de Francois Gerad em 1808)

Nació Josefina en La Martinica, en las Islas Occidentales, el 23 de Junio de 1763 con el nombre de Marie-Josèphe-Rose, familiarmente nombrada por todos como Rose. Era la mayor de las cuatro hijas del matrimonio Lapagerie, matrimonio francés afincado en las islas venido a menos, que conoció años mejores regentando una plantación azucarera a costa de manos esclavas, pero que después de la catástrofe que dejó un huracán en la isla en 1777, su vida pasó a estar llena de carencias.

Desde muy pequeña, Rose estuvo obsesionada con las profecías y la quiromancía, llegando incluso a encargar planos quirománticos de sus manos para conocer su futuro, cuyos datos llegaron a revelar que llegaría a reina. Parece ser que esta profecía hizo profunda mella en la joven, creyéndola a pie juntillas.
Dada la escasa calidad de vida que mantenían en la isla, el mayor sueño del matrimonio Lapagerie era volver a instalarse en París, cosa casi imposible para toda la familia, pero sí había más posibilidades de enviar a alguna de sus hijas, y así pasó con Rose cuando fue comprometida en matrimonio con el vizconde Alexandre de Beau-harnais, con quién se casó en 1779, joven al que adoraba pero que jamás llegó a enamorarse de ella. Muy al contrario la despreciaba, dado que la joven Rose no era especialmente agraciada ni había recibido la educación exquisita de las damas parisinas.
El vizconde consideraba que su esposa no estaba a su altura. Aún así tuvieron dos hijos, un varón y una hembra, (1785) que desgraciadamente nació antes de los nueve meses, tomando el marido el acontecimiento como la perfecta excusa para repudiar a su mujer y acusarla falsamente de infidelidad.
Sintiéndose injustamente insultada, Rose se recluyó en el convento de Pherthhèmont, refinando allí sus modales y cultivándose como creía merecer. Además salió victoriosa de la querella que había interpuesto a su marido, quien además de tenerla que recompensar con una sustanciosa renta anual, tuvo que reconocer como legítima a la hija de la que renegó en su día.
Una vez fuera del convento, la vida de Rose cambió completamente: pasó de ser una insignificante mujer rechazada por su esposo, a una renombrada dama parisina, manteniendo varias aventuras amorosas con diferentes admiradores, sabiendo como disfrutar y sacar partido de cada uno de sus encuentros.
(Joséphine de Beauharnais (1804), artista desconocido)
A partir de 1789 la caída de la bastilla trajo un escenario convulso y París se transformó en un hervidero político y social, destacando la Asamblea Nacional, del que irónicamente era Presidente Electo Alexander de Beau-harnais, exmarido de Rose, quién se tomó la revancha denunciándola de haberse apoderado de joyas y muebles de su propiedad, cosa que jamás fue cierta.
En 1792 la época se tornó demasiado agitada y peligrosa y la influencia podía incluso salvar la propia vida, por lo que Rose no dudó en usar el apellido de Beau-harnais para adentrarse en los círculos del poder. Su moral fácil, sus amoríos incontrolados, su amabilidad, y el apellido del que se había apropiado, la hicieron popular sin peligro alguno por el momento.
Sin embargo su suerte cambió cuando Alexandre fracasó como jefe del ejército del Rin y cuando se instauró la ley de Sospechosos, que podía enviar a la guillotina a cualquiera. Ambos fueron encarcelados y Alexander ajusticiado. Rose consiguió abandonar la prisión, y gracias a ciertos préstamos familiares recuperar parte de su vida anterior.
Mirando siempre egoístamente por su estabilidad personal, hizo por conocer al jefe de los constitucionalistas Paul Barras, de quién se hizo amante y quién puso en sus manos el mayor cambio de su vida cuando le presentó a un general amigo suyo: Napoleón Bonaparte. Cuando se conocieron ella tenía 32 años y él 26, pero la atracción fue inmediata, aunque por aquél entonces Rose, a la que Napoleón “bautizó” tomando su segundo nombre, Josèphe, ya estaba enamorada de un joven soldado, el general Hoche.
Aún así la recién llamada Josefina no desperdició la ocasión de tener flirteos descarados con Napoleón. Para ella se trataba de un simple juego o distracción. Para él fue la primera experiencia con una mujer a la que amaba, por lo que Josefina pasó a ser a los ojos de Napoleón, la mujer de su vida en la sólo veía virtudes, llegando a proponiéndole matrimonio, proposición que ella acepta encantada alentándose por los rumores de que Napoleón apuntaba alto, ya que había sido proclamado el hombre más polar de Francia en 1795.
La boda se celebró, aún con el total rechazo de la familia Bonaparte, conocedora de los entresijos de Josefina, en el año 1796.
Ni que decir tiene que la luna de miel duró poco, y además fallida, dada la inexperiencia del joven y las exigencias maritales por parte de ella. Napoleón no consiguió conquistarla.
Por si esto fuera poco, a los dos días tuvo que partir hacia el frente dónde era requerido.
A pesar de las apasionadas cartas que Napoleón le escribía a su esposa, ella no perdía el tiempo durante su ausencia: Se entretenía en organizar fiestas y acudir a compromisos. No respondía tal y como correspondía a las cartas de su esposo, y esto provocaba en él una merma de la confianza que en ella tenía. Incluso sospechaba de sus infidelidades y temía perderla. Justo ocurría esto cuando su nombre comenzaba a ser conocido.
En varias ocasiones la solicitó a su lado y ella se negaba alegando cualquier excusa banal, aunque lo cierto es que mientras él libraba su guerra contra los austriacos, ella vivía su idilio con el teniente Hyppolitte Carles, nueve años más joven que ella.
Amenazando Napoleón abandonar el ejército si ella no acudía a visitarle, tomó cartas en el asunto el propio Barras, y Josefina acudió a regañadientes.
Todo esto llegó a oídos de Napoleón y la amenazó con el divorcio. El miedo a perder todo lo que tenía la hizo reaccionar, convirtiéndose en la mujer sumisa y candorosa que él deseaba, llegando incluso a enamorarse de él.
Pero la semilla de la desconfianza ya estaba sembrada.
Entre los años 1799-1804, Napoleón fue proclamado primer Cónsul, y fue coronado Emperador el 18 de Mayo de 1804, imponiendo su voluntad ante la gran cantidad de adversarios, de que Josefina fuera coronada con él.
(Josefina se arrodilla ante Napoleón durante su coronación en Notre Dame, pintura al oleo por Jacques Louis David - 1808)
Debido a lo beneficioso de su posición, Josefina se dedicó a dar rienda suelta a su despilfarro. Gastó considerables sumas de dinero en joyas y piedras preciosas, y reformando su casa.
Según sus biógrafos, ninguna reina tuvo jamás una colección de joyas como la suya, que incluía perlas, rubíes, turquesas, diamantes, esmeralda y toda piedra preciosa que se preciase. Solo en 1709 encargó 524 de zapatos, amén de los 265 del año anterior.
(Uno de los vestidos de la Emperatriz)
No obstante, las continuas infidelidades que había cometido Josefina, no cayeron en saco roto en los sentimientos del emperador, comportándose él mismo de igual forma que anteriormente había hecho ella. Y ante la pasividad de su esposa, se entregó a continuos escarceos amorosos, llegando a tener un hijo con la condesa polaca María Wallewsca, de 18 años, siendo josefina totalmente consciente del acontecimiento e incluso llegando a proponer a la condesa adoptar al niño como suyo propio.
Estos acontecimientos, unido a la incapacidad de Josefina a tener hijos dio lugar al tan inevitable divorcio, cuya idea sobre el mismo llevaba tiempo rondando la cabeza de Napoleón.
Aunque la emperatriz no consiguió evitar el nefasto desenlace, se dio trazas de quedar bien respaldada, consiguiendo del emperador una sustanciosa renta anual y la propiedad de Malmaison, una casa campestre que convirtió en un auténtico palacio.
Pero la ex Emperatriz siempre fue una mujer derrochadora, amante del buen gusto, con lo cual sus ingresos, durante toda su vida, nunca alcanzaban a cubrir sus egresos y excesos en compras y gastos.
En Malmaison vivió hasta sus últimos días.
(Cama de Josefina en Malmaison)
El 29 de Mayo de 1914, Marie-Josèphe-Rose muere a los 41años de edad, oficialmente a causa de una neumonía producida por la complicación de un resfriado.
Fue enterrada en la iglesia de San Pedro y San Pablo de Rueil.
Fuente dtos:
Historia y Vida
Imperatrice Josèphine, Payot & Ribages, 1996

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