jueves, 12 de enero de 2012

Leopoldo II De Bélgica, El Genocida del Congo


Leopoldo II de Bélgica

El primer genocida de la historia contemporánea no actuó movido por convicciones ideológicas, ni por intensos odios radicales, como es el caso de otros muchos genocidas en la historia. En cambio, Leopoldo II de Bélgica actuó, lisa y llanamente, por una irrefrenable avidez de dinero y poder.

“Pequeño país, pequeña gente”, había dicho Leopoldo II refiriéndose al estado que iba a heredar. Creció animado por el impulso de poseer algo mucho mayor que su minúscula Bélgica, que tenía una superficie similar a la provincia española de Murcia
Interesado por la geografía, recorrió el Mediterráneo y el sudeste de Asia, visitando los territorios dominados por las potencias europeas. Llegó a la conclusión de que, en sus propias palabras “Bélgica necesita una colonia” y, tras fracasar en sus intentos de comprar las islas Fidji, o incluso las Filipinas a los españoles, giró su mirada hacia África y siguió con sumo interés las expediciones de Cameron Stanley.

Cuando Stanley cruzó el continente negro de este a oeste descubriendo el Congo, Leopoldo se dio cuenta de que ese territorio apenas cartografiado podía ser la colonia con la que soñaba. Se reunió con él y le patrocinó su segundo viaje con el objetivo de que construyese una carretera y le comprase todo el marfil que pudiese. Al mismo tiempo, comenzó a crear una maraña de asociaciones filantrópicas que justificasen sus actividades en el Congo.


Con habilidad zorruna, se dio cuenta de que una expedición militar no tendría apoyo en su país ni en la comunidad internacional, y decidió ocultar sus intereses bajo el revestimiento de nobles objetivos humanitarios para civilizar los territorios africanos, cristianizarlos y, sobre todo, liberarlos de los traficantes árabes de esclavos.

Una gran Hacienda en África
Durante el congreso de Berlín de 1884-85, en el que los europeos se repartieron África, vio aprobado internacionalmente su dominio sobre la nueva colonia. De inmediato, en mayo de 1885, creó por decreto real del Estado Independiente del Congo, del cual se hizo soberano personalmente. El nuevo país era sesenta y seis veces mayor que Bélgica. Su sueño se cumplía.
El anzuelo con el que Leopoldo II se había ganado a las potencias internacionales para que permitiesen sus ambiciones, era que el Congo sería una zona de libre comercio. Pero pronto lo incumplió exigiendo impuestos a la importación. Mientras, creaba una red de infraestructuras (ferrocarril  y carretera) destinada a extraer marfil  y establecía un sistema de comisiones para sus agentes, que mejoraban cuanto más barata obtenían la materia prima. Prohibió la circulación de dinero en el país, de forma que los únicos que cobraban eran los blancos europeos que contrató como mercenarios para imponer el orden, o como comisionistas.
Tanto los unos como los otros podían utilizar la fuerza para conseguir sus objetivos, y vaya si lo hicieron. Hacían trabajar a los nativos sin horario con la única compensación (no había dinero para ellos) de no ser castigados, mutilados o asesinados.



Por ejemplo, un funcionario del Estado del Congo explicaba cómo sus baúles y cajas eran transportados por “filas de pobres diablos encadenados por el cuello”, y un norteamericano de los primeros en denunciar los malos tratos en el Congo, declaró que “me ofrecieron esclavos a pleno día”, y escribió una carta abierta al propio Leopoldo denunciando que “el gobierno de Vuestra Majestad compra, vende y roba esclavos. Da tres libras esterlinas por cabeza de esclavos físicamente aptos para el servicio militar… La mano de obra de los puestos del gobierno de Vuestra Majestad en el cauce superior del río está compuesta por esclavos de todas las edades y de ambos sexos”. Este mismo denunciante narraba como “dos oficiales del ejército belga vieron a cierta distancia desde la cubierta de su vapor a un nativo en su canoa… Se apostaron cinco libras esterlinas a que podían acertarle con sus rifles. Se hicieron tres disparos y el nativo cayó muerto, con la cabeza perforada”.

Caucho o amputación

Pero lo peor estaba aún por llegar. Después de que John Dunlop inventara los neumáticos de caucho, la demanda mundial de látex, su materia prima, se había disparado en la industria automovilística y de bicicletas, y se inició una carrera comercial internacional para dominar el mercado. Para adelantarse a la competencia de otras latitudes, Leopoldo impuso personalmente altas cuotas de producción de caucho en el Congo, obligando a la población indígena cumplirla con métodos coercitivos de la mayor violencia. La cuota que se les imponía implicaba un trabajo a jornada completa en condiciones durísimas, extrayendo la materia subidos a los árboles en zonas pantanosas, y luego haciendo sacar la sustancia viscosa hasta coagular, lo que a veces se podía conseguir poniéndola sobre el propio cuerpo y arrancándola luego de forma dolorosa.



Obviamente a los nativos no les gustaba esta tarea. Así que había que usar la fuerza. Si un poblado no cumplía con su cuota, se retenía a sus mujeres como rehenes hasta que las aportaran, y luego se las revendían a sus familias a cambio de ganado. La coerción era más terrible aún si un poblado desobedecía y se negaba a recolectar caucho: entonces el castigo establecido consistía en la amputación violenta. Se les cortaba una mano y se exhibían luego cestas de manos cortadas en otros poblados para disuadirlos e incitarlos al trabajo.
En 1896 se publicó la noticia de que uno de los funcionarios belgas más conocido por su crueldad, el comisario del distrito León Flévez, había recibido en un solo día 1.308 manos cortadas.
Un misionero norteamericano descubrió 81 manos amputadas y ahumadas al fuego. Algunos funcionarios, como Flévez, ordenaban cortar cabezas tras expediciones de castigo en las que se tiraba a matar.
Para aumentar el ritmo de producción, los soldados del ejército de Leopoldo, o los “centinelas” (milicias) de la compañía de caucho, cobraban primas en función de las cantidades suplementadas de caucho recolectado, lo que les incitaba a endurecer cada vez más los métodos de presión sobre los trabajadores. El látigo llamado chicotte , hecho con piel de hipopótamo, se hizo tristemente famoso y se utilizaba para torturar tanto a mayores como a niños.



El fin de una obsesión
La demanda explosiva del caucho en los mercados americano y europeo fue la peor noticia posible para la población congoleña, y marcó la etapa más temible de la dominación de un Leopoldo II consagrado en cuerpo y alma a aumentar su riqueza, obsesionado por los beneficios.

No sería hasta 1907 cuando cedería su soberanía a Bélgica, obligado por los tremendos informes de abusos que redactaron los misioneros, diplomáticos, y finalmente, una comisión de investigación del parlamento belga. Este relató los horrores del trabajo de los porteadores o los castigos humillantes a los que se sometía a hombres y mujeres, como el de una mujer a la que habían introducido arcilla en la vagina.

A pesar de la amplia difusión, Leopoldo salió bien parado y el Estado belga, que se quedó con el Congo para quitarlo de las manos del rey, asumió sus deudas (110 millones de francos) y le pagó otros 95 millones, de los cuales 50 fueron “como señal de gratitud por los grandes sacrificios realizados por él a favor del Congo”.

Se calcula que durante su dominio, y hasta 1920, la población del Congo se redujo en diez millones de personas entre muertes y descenso de la natalidad.

Fuente de Datos:
*”Genocidas en Serie” – José Ángel Martos  - Muy Historia

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Margarita Ruiz de Lihory Y La Mano Cortada

Con una vida digna del mejor guión cinematográfico, Margarita Ruiz de Lihory, espía, pintora, periodista y abogada, merece sin duda el apelativo de la “Mata-Hari” española. Agente doble al servicio de Primo de Rivera y del rebelde marroquí Abd el Frim, sus aventuras en Europa, África y América quedaron eclipsadas por el escándalo que rodeó sus últimos días, tras amputar varios miembros del cadáver de su hija.

Esto es lo único en lo que todos coinciden: Margarita Ruiz de Lihory y de la Bastida, marquesa de Villasante, baronesa de Alcahalí, duquesa de Valdeágilas y vizcondesa de la Mosquera, era una mujer excepcional. Como preámbulo baste decir que según el Diccionario de Apellidos Heráldicos de Julio Atienza, el título de Villasante (marquesado) fue concedido el 26 de mayo de 1761 (Real despacho del 15 de marzo de 1763), con el vizcondado previo de Bustorcirio a Pedro Tejeiro de Valcarcel y Vozmediano, Villamerín y Enríquez. Desde 1942 es VII marquesa la Baronesa de Alcahalí y Mosquera. Respecto a este título (Barón de Alcahalí y Mosquera), fue fundado elvínculo y mayorazgo, previa facultad real de Felipe III el 1de Nviembre de 1916, por Ximén Pérez de Ruiz de Lihory y Petunes y de la Bastida, VII Marquesa de Villasante.

Acerca de Margarita Ruiz de Lihory, era la menor de dos hijas de Soledad Resines de la Bastida y José María Ruiz de Lihory, barón de Alcahalí, quien había adquirido cierto relieve político durante los primeros años del reino de Alfonso XII, llegando a ostentar el título de Gobernador Civil de Mallorca, reincidente Concejal de Valencia y hasta diputado en las cortes españolas en 1904.
José María Ruiz de Lihory, vinculado a los círculos masónicos de Valencia, fue autor de un libro titulado “Los endemoniados de Balsa”, y probablemente contagió a Margarita su curiosidad por las cuestiones espiritistas y esotéricas tan en boga en la época.

Su fecha de nacimiento no está muy clara. Según la declaración de la susodicha, incluida en los informes judiciales, Margarita nació en 1893, pero, según sus hijos, vino al mundo en 1885 o 1892, como afirmaría su segundo esposo. Finalmente se consideró como 1888 la más probable fecha de nacimiento.
Con solo 17 años la joven Margarita se casó por primera vez, convirtiéndose así en la señora de Shelly. Su marido, Ricardo Shelly (quien fallecería en 1941), era un notable valenciano de ascendencia irlandesa, empleado de la empresa norteamericana de seguros La Equitativa, a quien daría cuatro hijos: Tres varones primero: José María, Juan y Luis, y una mujer después: la frágil Margot.

 (Margarita con el tocado de la facultad de Derecho de Valencia)

Margarita Ruiz de Lihory había recibido una notable formación académica. Acabó derecho en solo dos cursos, obteniendo unas brillantísimas notas. Y además había estudiado medicina (dos años en Valencia) e idiomas.
Mientras las mujeres de su época mataban las horas estudiando el Catecismo de Ripalda, o haciendo ganchillo entra taza y taza de té, la indómita Margarita predicaba un rebelde feminismo y aseguraba: “ La mujer no debe ser instrumento más que de sí misma. Debe buscar su placer, y no el placer del hombre; debe buscar su realización en la vida activa y no solo en el matrimonio. Debe participar activamente en la política, en el trabajo, en la lucha”.

Pero sus reivindicaciones feministas no pasaron del plano teórico hasta su separación de Ricardo Shelly. Según su propio testimonio, “yo no estaba dispuesta a servirle de coneja, a que me hiciera un niño cada año y, por añadidura me contagiara alguna enfermedad, pues era una aficionado a verse con otras mujeres”.
Recuperada su independencia, Margarita Ruiz de Lihory decidió dejar a sus hijos al cuidado de su madre y lanzarse a la aventura. Gracias a sus contactos políticos consiguió una credencial de prensa y se marchó al norte de África dispuesta a vivir grandes aventuras. Así es como Margarita de Shelly terminaría cogiendo la corresponsalía en Marruecos del diario La Correspondencia de España y de otros periódicos de Madrid. Con solo veinte años se convirtió en la primera mujer del mundo que ostentaba una corresponsalía de prensa en un país extranjero. Entre 1919 y 1923 sus crónicas de guerra y sus fotografías emocionaron a miles de lectores.

Una Espía en Marruecos
(Miguel Primo de Rivera)

Con este temperamento no es de extrañar que el mismísimo Miguel Primo de Rivera, a quien conoció muy íntimamente cuando ocupaba el cargo de Capitán General de Valencia, requiriese sus servicios como espía.
En aquellos tiempos existían tan sólo unos primitivos servicios secretos españoles, como el legendario Cñirculo-30, que funcionaban precisamente en el convulso norte de África. Su área de actuación era fundamentalmente el valle del Rif, y de aquel contexto surgiría, muchos años después, el segundo Director General del CESID, en la democracia, el general Gerardo Mariñas.

En aquel tiempo en que las relaciones diplomáticas entre España y Marruecos atravesaban momentos difíciles, Margarita fue reclutada como “agente secreto”. Temeraria hasta la inconsciencia, y reviviendo la aventura que Domingo Badía (Aly Bey) había protagonizado mucho antes, Margarita también se ocultó bajo un disfraz de moro para atravesar las líneas marroquíes y entregar al sultán un mensaje del gobierno español. Y lo hizo. No en una, sino en varias ocasiones.
Sus aventuras como espía en Marruecos terminaron convirtiéndola en amante, y agente doble, del rebelde rifeño Abd-el-Krim, líder de las revueltas anticolonialistas marroquíes, a quien había conocido en el hotel Alhambra de Granada años antes. Según ciertos informes oficiales, Abd-el-Krim pudo ocupar en 1925 la zona de Marruecos custodiadas por los franceses gracias a los servicios prestados por Margarita.
Hasta el día de su muerte la marquesa conservó una tobillera y un anillo que le regaló el rebelde por aquellos años, en cuyo reverso podía leerse: “Paz en nuestra separación”.
Durante sus estancias en Marruecos la marquesa entabla una gran amistad con uno de sus contactos en la zona, un prometedor militar que más tarde jugaría un importante papel en este drama: Francisco Franco. Margarita era uno de los pocos españoles que se atrevía a tutear al Caudillo, a quien se dice que salvó la vida al advertirle de un atentado que le habían preparado los rebeldes rifeños.
Por sus méritos militares fue nombrada Capitán Honorario de las tropas españolas en África. Antonio Tornero Moreno, quien fue mayordomo de la marquesa muchos años, narraba una anécdota que la “Mata-Hari española” gustaba de recordar durante sus reuniones sociales:

“Doña Margarita tenía que pasar revista a las tropas con frecuencia, y yo le oí contar muchas veces como en una ocasión, mientras pasaba revista a una compañía, se le soltaron las bragas y se le cayeron falda abajo. La marquesa que era muy pícara, contaba que dudó un momento qué hacer, pero sin mirar siquiera al suelo se las sacudió y las dejó caer por las piernas sin detenerse en su revista a las tropas, Contaba entre risas que después todos los soldados se enzarzaron en una lucha por hacerse con sus bragas”.

La Aventura Americana
Y poco más tarde cruza el océano para triunfar también en el continente americano, dónde desarrolló sus habilidades como pintora y conferenciante feminista entre 1923 y 1928. En Cuba fue reclamada para retratar al presidente Machado; en México al presidente Obregón; y, en Estados Unidos, al presidente Coolidge.
Aunque algunos se muestran escépticos con la autoría de dichos cuadros.
De cualquier forma, en una de sus visitas a Estados Unidos, su amigo personal Henry Ford le regaló un collar de perlas con el que aparecería fotografiada en el New York Times.

 (Invitación a una de las exposiciones de la marquesa)

De regreso a Europa, tras la muerte de su abuela Micaela, que era quien hasta entonces cuidaba a los cuatro hijos de la marquesa, Dñª Margarita pasó algún tiempo en España, para luego establecerse en París durante cinco años. En ese tiempo entabla una estrecha amistad con la alta sociedad francesa.
Por fin, establecida definitivamente en Madrid, Barcelona y Albacete, la marquesa de Villasante ampliaría sus horizontes artísticos y profesionales. Algunos de sus cuadros fue adquirido por la mismísima reina Victoria Eugenia. Pero el mundo de la pintura ya se le había quedado pequeño, y se dejó seducir por el cine, un campo en el que la introdujo su buen amigo Vicente Blasco Ibáñez. Guionizó y produjo varias películas, e incluso hay quien afirma que interpretó una: Dos amores. Uno de sus hijos también trabajaba como extra de cine, y al parecer aportó un buen pico a la producción de Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis.

Y fue precisamente la seducción una de las herramientas que mejor utilizó durante toda su vida esta Mata-Hari española.
Descrita como mujer de extraordinaria belleza, fue elegida Reina de las Fiestas en Valencia. Además de con Abd-El-Krim, se le suponen amoríos con Primo de Rivera, con el presidente de la Generalitat de Catalunya, Lluis Companys, y con el jefe de la Checa de Tmarita Serafín Iriarte Echegarría. Además se la suponía amante del Ministro de Gobernación Miguel Maura, quien le dio los cargos en el Patronato Nacional de Menores y en la Junta de Protección de la Mujer – de hecho co-organizó la agrupación femenina del Partido conservador – y del general Manuel Silvestre, que, según algunos estudiosos, era el verdadero padre de Margot.
Tras su vuelta a España continuó desarrollando misiones de espionajes. Según algunas fuentes llegó a espiar a Unamuno por orden de Primo de Rivera, y mantuvo su trabajo como informadora, aunque con menor intensidad, hasta la Segunda Guerra Mundial.

(La Marquesa con Antonio Tornero, su mayordomo, sirviendo la mesa)

Años después de su retorno a España la marquesa entabló relaciones con José María Bassols-Iglesias. Segundo hijo de nueve hermanos, Bassols había terminado la carrera de derecho a los 18 años con excelentes calificaciones. Durante años Bassols dirigió un próspero bufete en la ciudad condal, casándose a los 32 años y teniendo cuatro hijos de ese matrimonio. Pero en 1937, y siendo uno de sus abogados en Barcelona, José María Bassols conoció a la marquesa, de la que se enamoró apasionadamente. Tanto que se divorció de su primera esposa para posteriormente contraer matrimonio civil con ella. Matrimonio que fue declarado nulo, pero que no impidió que Bassols y la marquesa viviesen como marido y mujer durante el resto de sus vidas. Por cierto, la familia Bassols era propietaria de una de las mayores bibliotecas sobre espiritismo de la Cataluña de principios de siglo.

Pintora, bailarina, periodista, espía, pianista, actriz, abogado…Parece evidente que la marquesa Margarita Ruiz de Lihory fue una mujer excepcional, al igual que su madre Soledad Resines de la Bastida, y su abuela Micaela de la Bastida y Tejeiro, lo habían sido antes, aunque no a tan altos niveles de audacia y popularidad.

La Mano Cortada
 (Margot Sehelly, hija de la marquesa) 
Siendo la marquesa de Villasante una mujer tan popular en su época, no es de extrañar que los medios de comunicación prestasen gran atención al entierro de la única y hermosa hija de la famosa pintora, reportera y espía. Y los archivos nos permiten encontrar hoy imágenes que inmortalizan la escena de numerosos curiosos siguiendo el féretro de la pequeña Margot camino del cementerio.

 (Dos imágenes del entierro de Margot ante la curiosidad de numeroso público)

Pero por esa popularidad también es comprensible que los mismos medios se cebasen en el caso en cuanto estalló el escándalo. Y eso ocurría exactamente en la tarde del sábado 30 de enero de 1954.

 (Margot en su lecho de muerte junto a su madre, quien contrató a un fotógrafo para que tomase imágenes)

Un joven llamado Luis Shelly se presentó en el juzgado de instrucción número 14 de Madrid, donde interpuso una denuncia contra su propia madre, la marquesa Margarita Shelly Ruiz de Lihory. Según el acta de “COMPARECENCIA Y DENUNCIA”, el joven Luis Shelly afirmaba:
“Que su madre Doña Margarita Ruiz de Lihory Resino, que habita en el domicilio antes indicado, de unos 67 años, tiene la costumbre o monomanía de tener siempre gran número de animales en casa y fuera del domicilio, a veces hasta en número de cuarenta, algunas veces más”. Según afirmaba Luis Shelly, su madre, viuda de sesenta y siete años de edad, con domicilio en la calle princesa número 72, 3º Dcha., sentía un amor desmedido por los animales, manteniendo en dicho domicilio a 17 perros, 3 gatos, 10 0 12 canarios y 2 tórtolas. Pero lo grave, según afirma el denunciante, es que cuando sus animales morían procedía personalmente a su disección “cortándole la lengua, sacándoles el corazón y arrancándoles el pellejo…”

 (La casa de Margarita  en la calle Mayor de Albacete)

Naturalmente ese “hobby”, aunque extraño, no es constitutivo de delito. Pero según afirmaba Luis Shelly, el 19 de enero a las 12:50, había fallecido en su casa su hermana Margot, de 42 años. Esa noche, según el denunciante, habían encontrado sobre la cama de la fallecida, unas tijeras y unas pinzas de las utilizadas por la marquesa para sus supuestas disecciones de animales. A tan inquietante descubrimiento vino a sumarse la desazón manifestada por una criada de la marquesa – Luisa- que había abordado a Luis Shelly y a sus hermanos José María y Juan, advirtiéndoles sobre el extraño comportamiento de doña Margarita aquella noche: “Me ha pedido la garrafa grande de alcohol y el paquete grande de algodón. Y ha manifestado que quiere quedarse sola con el cadáver esta noche”.

Así comienza una historia que acaparó durante semanas las primeras páginas de la prensa española, y que al parecer, provocó una intervención del mismísimo Caudillo.
Ante la denuncia del joven, el juez instructor ordenó un registro en casa de la Marquesa, en el que se descubrieron unos ojos humanos, una lengua y una mano de mujer, hábilmente amputadas.
Encontraron sobre la cama de la fallecida una tijeras y unas pinzas de las utilizadas por la marquesa para sus supuestas disecciones de animales.

 (Así apareció la mano cortada de Margot)

Ante este hallazgo se ordenó la exhumación inmediata del cuerpo de Margot, descubriéndose que todos los miembros pertenecían a la hija de la marquesa. La misma morbosa pericia que la marquesa había demostrado en la disección de sus perros, y que sin duda se debía a sus estudios de medicina, había sido empleada para amputar la mano, los ojos y la lengua del cadáver de su hija. Que además había rasurado de vello completamente, siguiendo la costumbre islámica.

 (Periódicos de la época hacen referencia a la macabra noticia)

Durante sus largas permanencias en Marrueco, Margarita Ruiz de Lihory había tenido contacto con diferentes sectas islámicas, y con sus rituales, o al menos esta es la única explicación que los historiadores han encontrado para justificar su insólito comportamiento. Tanto la marquesa como su pareja, José María Bassols, fueron puestos a disposición policial y conducido al Psiquiátrico Penitenciario de Carabanchel, para ser sometidos a diferentes pruebas psíquicas. Pero si bien Bassols tuvo que permanecer largo tiempo encerrado, la marquesa recuperó la libertad inmediatamente…Dicen que alguien que estaba en deuda con ella, por los tiempos de guerra y espionaje en Marruecos, llamó desde el Pardo para facilitar su libertad.

 (Exhumación del cadáver)

Tras una vida digna de un guión cinematográfico, la “Mata-Hari española” murió en la ruina, malvendiendo poco a poco sus propiedades, para poder comer, y para terminar con sus huesos en la parte más antigua del Cementerio Virgen de los Llanos de Albacete. Justo al fondo del cementerio, a mano derecha, exactamente en las galerías de San José, tercer patio, fila 247, segundo nicho desde arriba.
Tras morir en la más absoluta miseria, la audaz Margarita Ruiz de Lihory fue enterrada en un patético nicho que durante veinte años permaneció sin lápida ni referencia alguna de su moradora.


Actualmente una austera lápida de Mármoles Beneyto presenta un no menos austero epitafio:

Excelentísima Señora
Dª Margarita Ruiz – DE LIHORY Y RESINO
Marquesa de Villasante-Baronesa de Alcahalí
Murió el 15 de mayo de 1968
Descanse en Paz

Fuente de Datos:
*”La Mata-Hari Española” – Manuel Carballal – Historia de Iberia Vieja

lunes, 18 de julio de 2011

Princesa De Éboli


(La Princesa de Éboli - Autor Anónimo)
 
Valentín Cardarera, pintor oscense de mediados del siglo XIX describe: “La tez muy blanca, el ojo entre castaño y negra, negra también es su cabellera, prominente y rizada como la de algunos retratos de la hija de Felipe II, von cintas blancas recortadas en la cima. El vestido, de seda negro, enriquecido con pasamanos o alamares de lo mismo; del cuello (bajo una prominente lechuguilla de abanillos) cae una sarta de perlas, y desde los hombros cae un velo de crespón blanco que a veces tenía su nacimiento en lo alto de la cabellera”.

Una de las cosas más fascinantes de Ana de Mendoza es su imagen. Quedó plasmada en el retrato salido del pincel de Alonso Sánchez Coello, aunque algunos dudan de su autoría. Ese alto caldado de pelo rizado y negro, apoyado en una ancha y cuadrada frente terminada en finísima ceja. La nariz algo torcida pero recta y firme, mejillas encendidas y boca apretada, perfiladísima y sensual. Dos perlas que descansan en una gola imposible, enorme, y esa mirada retadora, inquietante, de un solo ojo… ¿Pero qué había detrás del parche? ¿La cuenca hueca? La leyenda decía que de niña tuvo la mala fortuna de atravesarse el ojo con un florete. Aunque también se ha dicho que el trozo de tela tapaba una simple bizquera.

Conociendo a la dama, eso es casi imposible. Ella no era común. Podía ser buena o mala y depende para qué y con quién, pero jamás vulgar.

Ana de Mendoza de la Cerda, la princesa de Éboli, duquesa de Pastrana y condesa de Mélito, nació el 20 de junio de 1540 en Cifuentes, Guadalajara, hija única de Don Diego Hurtado de Mendoza y de la Cerda, virrey de Aragón y Cataluña y doña Catalina de Silva, una de las familias más poderosas de la época, la familia Mendoza.

 (Ruy Gómez de Silva - Pintura de Sánchez Coello)

Era tan extraño que un matrimonio de conveniencia – como todos en esa época – acabara en separación, que seguro que la niña Ana, biznieta del cardenal Mendoza, se vio muy afectada por las continuas peleas de sus padres.
La joven se avino con naturalidad y agradecimiento cuando el rey le propuso desposarse a la edad de 12 años, con Ruy Gómez da Silva, un príncipe portugués que le llevaba 24 años y que era secretario de Felipe II.
Era una niña “bonita aunque chiquita”, se dice en sus capitulaciones matrimoniales de 1553, pero los esponsales no se consumaron hasta que Ruy no volvió de las campañas en 1557. La pareja tuvo más de diez hijos, se los que sobrevivieron seis, y en sus trece años de matrimonio no conocieron desgracia ni problema.
El marido compró a su alocado suegro la villa de Éboli, en Italia, y consiguió de su amigo Felipe II el título de príncipe de esta localidad en 1559, además de conde de Mélito, duque Francavilla, señor de Ulme y de chamusca, duque de Pastrana y Grande de España.
(La Princesa de Éboli pintada por Sánchez Coello)
Ana no fue durante su matrimonio la casquivana a la que nos tiene acostumbrados la leyenda, sino una esposa poderosa, feliz y fiel. Pero tampoco era una monja: al quedarse viuda le dio por la piedad y decidió instalarse con vestidos, joyas y damas, nada menos que en uno de los conventos de carmelitas fundados por Teresa de Jesús en Pastrana. “ ¡La princesa monja, la casa doy por deshecha!”, dijo la santa abadesa, con su habitual sentido común. Y así fue. Las humildes hermanas descalzas tuvieron que abandonar el lugar y trasladarse a Segovia, para que la de Éboli, con sus parches, golas y parafernalias no les disturbara el austero recogimiento.

Se fue luego a su lugar natural, nido de intrigas: la Corte. Allí pudo dedicarse a conspirar contra la casa de Alba, el partido del que tradicionalmente eran enemigos los Mendoza.
Ahora su facción la lideraba el sucesor de su marido, nuevo secretario de Felipe II, Antonio Pérez. El mejor chismorreo de la Corte en esos momentos era que Antonio Pérez era hijo de Ruy y tuvo que desmentirlo el propio emperador Carlos. Así que cuando Ana comenzó a tener relaciones con el poderoso secretario de Felipe II, el morbo era tremendo, ya que, supuestamente ella era su madrastra.

 (Antonio Perez - Pintura de Sánchez Coello)

Pero lo importante estaba por venir; Ana, con toda su facción Mendoza a las espaldas, y Antonio Pérez, optaron por conspirar contra Juan de Austria, el hermano bastardo de Felipe II, oponiéndose a su posible matrimonio con María Estuardo.
El caso es que Juan de Escobedo, secretario de Juan de Austria, empezó a descubrir todo el pastel y vino a la Corte a explicar a Felipe la situación. No se sabe si el Rey consintió o fue pura iniciativa del secretario, pero tres tipos cosieron a puñaladas a Juan de Escobedo en Madrid.
Hasta la muerte de Juan de Austria Felipe no tomó cartas en el asunto; pero entonces mandó detener a Antonio Pérez y puso a Ana a buen recaudo en la Torre del Pinto o el palacio de los Éboli en Pastrana. No volvió a dejar salir a la intrigante Ana de su encierro, a pesar de que ella le pidió varias veces protección.

 (La Torre de Pinto en La Plaza de la Hora de Pastrana)

Hasta 1592, en que murió, desde la plaza de la Hora de Pastrana se adivinaba tras las rejas una sombra oscura, y una mirada penetrante de un solo ojo taladraba el aire.

Fuente de Datos:
*Luna Martín – Biografías Desveladas - “Quince Españoles Enigmáticos” – “Princesa de Éboli”

viernes, 29 de abril de 2011

Catalina de Erauso

(Catalina de Erauso - Pintura de Francisco Pacheco)

Catalina de Erauso nació en 1592, en la villa de San Sebastián de Guipúzcoa, hija del matrimonio formado por el capitán Miguel de Erauso y María Pérez de Galarraga y Arce.
No era tan raro en 1596 que una niña de cuatro años fuese enclaustrada, sobre todo si de por sí era una niña traviesa y atrevida. Internaron a Catalina en el convento de San Sebastián el Antiguo, donde su tía era priora, tal y como hicieran antes con sus tres hermanas, María Juana, Isabel y Jacinta, permaneciendo todas en él hasta el final de sus días.
Sin embargo Catalina no llegó a profesar de religiosa por la misma razón que erigió toda su vida: una pelea.
“Ella era robusta y yo muchacha, me maltrató de mano y yo lo sentí”, escribe en sus memorias para justificar la reyerta que tuvo con la monja profesa Catalina de Abril el 18 de marzo de 1600 siendo aún novicia, pero la verdad es que Catalina o Pedro de Orive o Francisco de Guzmán o Antonio de Erauso, que todas estas fueron sus identidades, no hizo otra cosa que reñir y pelear durante toda su vida.

Cuenta que siendo aún novicia, se escondió en un castañar, con aguja, tijeras, e hilo que había robado del convento, y pasó tres días haciéndose, de una basquiña de paño azul que hallara, unos calzones, y de un fadellín verde de perpetuán que llevaba debajo, una ropilla y unas polainas.

La mayoría de lo que nos cuenta en sus memorias parece real. Las escribió en 1625, antes de embarcarse por segunda vez hacia las Américas, donde murió. Según ella misma, la biografía romántica que le dedicó el escritor inglés Thomas de Quincey y los historiadores, Catalina no paró de meterse en líos. Salía de ellos por suerte, por azar o fuerza, pero su carácter bravucón y chulesco la volvía a meter en líos.

En Sanlúcar de Barrameda se embarcó para las Américas en el galeón del capitán Esteban Eguiño. Tras pasar por Cartagena de Indias, el navío volvía ya a España, pero Catalina le robó 500 pesos a Eguiño y se escapó embarcándose para Panamá.
Allí se acomodó con Juan de Urquiza, con quien se salvó de un naufragio. Sabemos, porque ella lo dice, que le gustaban las mujeres. 

Alta, andrógina, con mínimos pechos y vos grave, no le resultaba difícil disimular su sexo. Otra cosa era la intimidad: Catalina siempre evitó casarse. Huída a Trujillo, donde también se enzarzó en una pelea, se trasladó luego a Lima y entró al servicio del mercader Diego de Lasarte. Una de sus hermanas, a la que “andaba entre las piernas”, de nuevo la puso en el brete del matrimonio. Nueva huída hacia la ciudad de Concepción y nueva casualidad: Catalina encontró a su hermano Miguel de Erauso.
Casi tres años estuvo con él de soldado sin que conociera su identidad, hasta se disputaban las mujeres.
En Chile, Catalina participó en algunas de las más terribles y crueles batallas contra los indios. Después se produjo uno de los episodios más tristes de la novicia soldado. En una de las peleas tuvo la mala fortuna de matar a su hermano “¡Sabe Dios con qué dolor!” le enterró y escapó caminando por la costa hacia Tucumán.
Sin agua, sin comida, Catalina describe como sacrificó a su caballo buscando algo que llevarse a la boca.

Matanzas, batallas contra los indios, riñas, peleas de juego, escapatorias de pretendientes, heridas y muchos viajes fueron la vida de Catalina de estos agitados años. Acabó en Guamanga y viéndose en un verdadero atolladero, confesó al obispo del lugar su verdadera identidad y su delirante trayectoria. Unas matronas testificaron no solo que era mujer, sino además, virgen. Así que el obispo perdonó los excesos, la vistió de nuevo de monja y la metió en un convento. Un aguerrido soldado con toca y rezando maitines.

(Urbano VIII - Pietro Da Cortona)

Catalina se hizo famosa y volvió a su patria despertando tanta expectación, que la recibió el rey Felipe IV y le concedió una pensión. Luego, el Papa Urbano VIII le otorgó la facultad de usar ropas masculinas y la posibilidad de hacer público lo que siempre había sido: todo un hombre.

En 1630, vuelve a viajar a América instalándose en México. Allí regenta un negocio de transporte de mercancías, o arriería entre la capital mexicana Veracruz. A partir de esta fecha se pierde en parte su rastro, desconociéndose poca cosa de su vida. Se dice que su muerte se produjo quince años más tarde, en 1645, en
Cuitlaxtla, localidad cercana a Puebla, sin que se sepan a ciencia exacta las causas del fallecimiento, del que existen varias versiones. Algunos dijeron que murió asesinada, otros que en un naufragio, y otra versión dice que murió en los altos de Orizaba, sola entre sus asnos.

Fuente de Datos:
*”La Monja Alférez” – Luna Martín – Muy Historia

jueves, 7 de abril de 2011

Gabriel De Espinosa, Usurpador De Sebastián de Portugal

( Gabriel de Espinosa - Dibujo-Grabado del pintor Cristóbal de Morales)

No se sabe a ciencia exacta la fecha del nacimiento de Gabriel de Espinosa, aunque sí que pudo producirse a principios de la década de 1550 aproximadamente. Tampoco se tienen claro sus orígenes, pues aunque se anota como Madrigal su lugar de nacimiento, en Toledo se conserva el documento más antiguo sobre su persona, un título de examen de pastelero que fue expedido en esta ciudad. Igualmente la identidad de sus padres se pierde entre las brumas, pues aunque lo más probable es que fuera huérfano, se apunta que podría ser hijo de Don Juan Manuel de Portugal, padre del rey Don Sebastián, y de María Pérez o María Espinosa, una madrileña doncella de los marqueses de Castañeda, o de la infanta Juana, esposa del príncipe Juan. De ser esto cierto, Gabriel de Espinosa sería hermanastro del rey Sebastián de Portugal, con quién el parecido físico era tan considerable, que hizo de Gabriel pasara a la historia.

Apareció en ella a finales de junio de 1594, cuando llega a Madrigal de las Altas Torres acompañado de su hija Clara, una niña de aproximadamente dos años de edad, y de Inés Cid, su amante, y a quién él presenta como ama de la pequeña.
De rostro curtido y flaco y cuerpo pequeño, su ojo derecho aparecía con una nube blanca haciendo juego con el color de su pelo, ya encanecido. Aseguraba contar 40 años de edad, conocimientos de varios idiomas, entre ellos alemán y francés, gran destreza a caballo y una rica labia que junto a su orgullo le hacían parecer un caballero cuando solo se trataba de un humilde oficial.

(Madrigal de las Altas Torres - Pintura de Aquí)

 Parece ser que su objetivo inicial era montar un pequeño negocio de venta de pasteles de carne y empanadas. Pero aquel hombre altivo y de buenas maneras, decidió de repente hacerse pasar por el rey Sebastián de Portugal, que había muerto en 1578 en la batalla de Alcazarquivir, en Marruecos, y cuyos restos nunca fueron encontrados.
La impostura del pastelero era muy peligrosa, pues ponía en duda la legitimidad del rey español Felipe II, que había ocupado el trono de Portugal tras la desaparición del monarca luso.

("Felipe II" - obra de Antonio Moro)

Otro de los personajes de esta increíble historia fue fray Miguel de los Santos, un agustino de origen portugués que había sido confesor del rey Sebastián y que, a la muerte de éste, apoyó al hermano del difunto monarca frente a las pretensiones de Felipe II, lo que le valió el destierro a Madrigal de las Altas Torres.
Cuando fray Miguel conoció a Espinosa, creyó encontrarse ante el mismo rey Sebastián.

Los documentos de la época no aclaran si el fraile estaba loco o si realmente creía que Espinosa era el redivivo rey Sebastián. En cualquier caso lo que sí parece cierto es que el fraile acudió a un convento de Madrigal a entablar contacto con una monja llamada María Ana de Austria, prima del fallecido Sebastián de Portugal, al que había amado en secreto.

("Sebastián de Portugal" - obra de Alonso Sánchez Coello)

Fray Miguel le aseguró que Espinosa era el monarca desaparecido, una declaración fantástica que aquella joven aburrida y con escasa vocación de clausura creyó a pies juntillas.
Cuando María Ana conoció a Espinosa cayó rendida a los pies de su supuesto primo, al que cedió joyas de gran valor para que pudiera defender su identidad y recuperar el trono que le habían arrebatado.

(Maria Ana de Austria)

Espinosa juró a la alocada María Ana que una vez hubiera recuperado la corona conseguiría la bula papal para casarse con ella. 

El rumor de la reaparición del llorado Sebastián llegó a Lisboa, y pronto varios nobles portugueses viajaron a Madrigal para conocer a escondidas al supuesto monarca y urdir planes para devolverle el trono.
Poco interesado en aquel complot, Espinosa huyó a Valladolid con el botín de la ingenua María Ana, y no tuvo reparos en contar en tabernas y tugurios su asombrosa historia. Las habladurías llegaron a oídos de Rodrigo de Santillán, alcalde del crimen en la Chancillería de la ciudad castellana. Sus aguaciles viajaron a Madrigal, entraron en el convento y encontraron pruebas que incriminaban al impostor, que fue finalmente condenado a la horca, cumpliéndose la pena capital el 1 de agosto de 1595.

Los que acudieron al ahorcamiento quedaron sorprendidos por la tranquilidad con la que el pastelero subió al patíbulo.
Una vez colgado, su cuerpo fue decapitado y hecho cuartos, siendo los restos expuestos en las cuatro puertas de la ciudad de Valladolid.

Fray Miguel fue degradado a la condición de laico, y el 19 de octubre de aquel mismo año fue decapitado en Madrid por proclamar ante el cadáver de Espinoso que se trataba del mismísimo rey de Portugal.

María Ana corrió mejor suerte al ser recluida en un convento de clausura hasta que murió su tío Felipe II y su heredero, Felipe III la perdonó, nombrándola Abadesa Perpetua en las Huelgas Reales de Burgos.

Fuente de Datos:
*”Gabriel de Espinosa”. Un impostor políglota – Fernando Cohnen para"Muy Historia"

domingo, 20 de marzo de 2011

Catalina de Médicis

El 24 de agosto de 1572, la Noche de San Bartolomé, murieron asesinados en París más de 4.000 protestantes.
Catalina de Médicis, reina de Francia y madre de reyes, fue la instigadora de la masacre de El veneno de la Belladona. Intrigante y defensora de sus hijos, no dudó en emplear los más potentes venenos contra quien se ponía en su camino.

("Una mañana a las puertas del louvre" - Edouard Debat-Ponsan, del siglo XIX. Catalina de Médicis vestida de negro)

La florentina Catalina, hija de Lorenzo II de Médicis, Hija duque de Urbino, y de Magdalena de la Tour Auvergne, condesa de Auvernia, conocida como la Reina Negra o Madame la Serpiente, hizo su entrada en la historia en 1533, cuando se casó a los 14 años con Enrique, el segundo hijo del rey de Francia Francisco I, que por su parte contaba con 15.
Su educación había sido muy estricta, y cuentan que en una ocasión, a los seis años, como castigo por una falta, fue obligada a presenciar la agonía de sus perros, que habían sido envenenados.

(Catalina de Médicis)

Tras la boda, y siguiendo la tradición, fueron acompañados por varios miembros del séquito, incluido el rey y el papa Clemente VII, también un Médicis, tío y tutor de Catalina desde la muerte de su padre, al lecho nupcial, donde actuaron muy complacidos como testigos de la unión carnal de ambos jóvenes.

Pronto surgieron los problemas en el matrimonio. El motivo no era otro que la relación amorosa que Enrique mantenía con su amante Diana de Poitiers, una cortesana 20 años mayor que él y que también había sido concubina de su padre, por la que estaba completamente subyugado. Además, Diana era mucho más aceptada en la corte e incluso entre la población que la extranjera Catalina, lo que hacía, por ejemplo, que en todos los actos protocolarios la posición y la influencia de la amante real fuese mucho más relevante que la de la esposa legítima. Todo ello la situaba en una clara posición de inferioridad que le provocó constantes humillaciones públicas durante años. Pero aquí surgió el verdadero carácter de Catalina. 

(Diana de Poitiers)

Consciente del enorme poderío de su rival y de su debilidad, nunca se enfrentó con ella y simuló aceptar la situación de subordinación en que su esposo la había colocado, mientras se ganaba el favor de su suegro y de la misma Diana, con la que se mostraba amable y muy sumisa; no en vano era una consumada lectora de su paisano Maquiavelo, y solía decir que no había que sonreír más que al enemigo.
Y así, en la sombra, simulando amistad y afecto hacia su rival, así como aceptación del trío amoroso, fue ganando una asombrosa influencia que la catapultaría más tarde hacia el poder.

Su precoz capacidad intrigante provocó que cuando murió su cuñado, el delfín Francisco, todas las miradas se dirigiesen hacia ella. Oficialmente había muerto por beber un vaso de agua helada después de un sofocante juego de pelota. Pero el hecho de que se lo sirviese un camarero italiano, y que su marido, Enrique, pasase automáticamente a ser el heredero del trono, desató las sospechas de envenenamiento. El rumor no era gratuito.

(Catalina de Médicis (óleo sobre tabla), Corneille de Lyon)

Catalina era una mujer muy refinada en muchos terrenos, y aparte de importar de Italia el tenedor, al que dotó de un mango largo por si el comensal quería aprovechar para rascarse la espalda, también había traído de Italia la moda de los perfumes, por lo que varios reputados perfumistas, como Renato de Florencia, viajaron a Francia y abrieron tienda en París. Pero, por aquel entonces, la alquimia de los buenos aromas estaba íntimamente ligada a la de los venenos, y a ambas químicas se dedicaba Catalina con inusitada afición. 
Ciertamente, en la Europa del siglo XVI estaban muy de moda los tóxicos, empleándose con frecuencia en los asesinatos políticos debido a lo difícil que era por aquel entonces demostrar su empleo. En concreto, sobre Catalina circulaba el rumor de que había difundido en Francia el misterioso “veneno de los Médicis”.

Lo que sí es sabido es que Catalina había traído desde su país la belladona (mujer bella, en italiano), una planta que tiene la facultad de dilatar las pupilas haciéndolas más atractivas, y que contiene atropina, una droga aceleradora del ritmo cardiaco y que en altas dosis resulta mortal.
En la corte también se conocía que era aficionada a experimentar sus pócimas con los condenados a muerte, así como sus posibles antídotos, anotando cuidadosamente sus efectos. Este afán experimental lo extendió a una nueva planta recién llegada de América, el tabaco, que el embajador francés en Lisboa, Jean Nicot, le remitió como remedio para combatir las jaquecas. Así, de esta forma, contagió la moda de fumar a toda la corte francesa. El tabaco también se conoció entonces como las “hierbas de Nicot”, y su principal alcaloide, como “nicotina”, nombre que ha perdurado hasta la actualidad.

Los años pasaban y la pareja no tenía hijos, de modo que Catalina corría el riesgo de ser repudiada. Para remediarlo atacó en dos frentes. Primero procuró que las visitas conyugales fuesen más frecuentes, por lo que cuidó su belleza como nunca: se depiló las cejas, se dilató las pupilas con belladona, se empolvó la cara con polvos de arroz y se pintó los labios. También se dedicó a espiar los encuentros amatorios de su marido con Diana para estudiar las técnicas sexuales de ésta, que, al parecer, la hacían tan irresistible, y, simulando afecto, hasta llegó a pedirla ayuda para que, por el bien de Francia, empujase a Enrique al lecho conyugal. Por otra parte, acudió a todos los médicos, magos y curanderos, que le proporcionaron todo tipo de brebajes y recetas.

(Enrique II de Francia)

Por fin, en 1543, tuvieron su primer hijo, al que siguieron otros nueve. De tal milagro se atribuyó la responsabilidad al médico y adivino Nostradamus, astrólogo y charlatán al que Catalina incorporó a su círculo íntimo, dada la capacidad de sugestión que, comprobó, ejercía sobre amplios sectores de la corte con sus famosos horóscopos y predicciones ambiguas. De todas formas, parece que fue el cirujano Ambroise Paré el artífice de la cura tras operarla de una malformación vaginal. Catalina, por supuesto, cuidó mucho de apartar a sus hijos de la influencia de Diana, a pesar de que ésta había sido nombrada “aya de los hijos de Francia”.

Sin duda, su capacidad intrigante dio un salto cuando en 1547 se convirtió en reina de Francia tras la muerte de su suegro. Lo cierto es que Catalina se había transformado en una hábil política, con una gran capacidad para dominar a su marido y para controlar, en gran parte, la política francesa, aunque siempre su acción estaba presidida por una obsesión: preservar el trono para sus hijos.

Mientras vivió su marido, ella colaboró activamente en la política exterior, que se centraba sobre todo en las guerras contra Carlos V y luego contra Felipe II, llegando a enviar a éste, en plena contienda, un horóscopo elaborado por Nostradamus que, acertadamente, el rey español quemó sin abrir. Pero todo cambió a raíz de firmarse la paz de Cateau-Cabrésis, que establecía, entre otras cosas, la boda entre Felipe II, viudo ya de María Tudor, y de la hija mayor de los reyes de Francia, Isabel de Valois. Con motivo de las celebraciones, Enrique II sufrió un fatal accidente en un torneo: una lanza se rompió y un trozo de la misma le agujereó el yelmo y le atravesó un ojo, alojándose en el cerebro. Catalina rápidamente se hizo cargo de la situación. Tras la cura de urgencia, el rey no mejoraba, y se comprendió que una astilla había quedado dentro de su cabeza. Como no se sabía cómo proceder, la reina ordenó que se reprodujera la herida en 10 condenados a muerte, a los que también se les clavó una astilla en el ojo, tratando los médicos de sanarles, aunque sin éxito. Cuando todos fallecieron al poco tiempo, fueron decapitados para estudiar una solución; pero fue inútil, y Enrique II, en 1559 y con 42 años, acabó muriendo.

El único consuelo para Catalina, ya enlutada de por vida, es que a los pocos días pudo por fin perpetrar la venganza tan ansiada: tras la muerte de su marido, Diana de Poitiers era obligada a devolver todas las joyas que su suegro y su marido le habían regalado, y fue confinada para siempre en el campo, lejos de la corte.

Su hijo Francisco ascendió al trono con 16 años. Era enfermizo y débil, por lo que su madre, decidida a preservarle el trono, tomó las riendas del gobierno. En ese momento, Francia estaba amenazada por las tensiones entre los católicos, encabezados por el duque de Guisa, y los hugonotes, cuyo jefe era Gaspar de Coligny. Ambos tenían más poder que el rey y aspiraban a controlarle y manipularle. Catalina comprendió que sólo el equilibrio entre ambas facciones podía salvar el trono a su hijo, y para no caer bajo la influencia de los católicos, los más poderosos en un principio, dio poder a los protestantes, con lo que abrió la puerta a la división religiosa del reino y, con ello, a la guerra civil.

Pero en diciembre de 1560 moría Francisco II, con unos fortísimos dolores de oído provocados al parecer por una meningitis tuberculosa. Le sucedía su hermano Carlos IX con apenas 10 años, y, dada su minoría de edad, Catalina ejerció oficialmente la regencia. 

 (Francisco II de Francia)

Para controlar el poder recurrió a lo que mejor sabía hacer: el espionaje y la intriga. Estableció una red de espías y confidentes en la que destacaban muchas damas de honor, a las que convirtió en amantes de sus potenciales adversarios. Ellas la informaban puntualmente de todo lo que tramaban. No dudó incluso en hacer compartir la misma cortesana a dos nobles a la vez para que se enfrentasen. Se dice que su equipo de jóvenes damas llegó a alcanzar la cifra de 150, y las malas lenguas hablan incluso de que la regente se entregó en numerosas ocasiones a juegos sexuales lésbicos con sus pupilas.
(Enrique de Navarra)

Pero si bien conseguía conservar el trono para su hijo, todas sus estratagemas no impidieron que la guerra civil estallase con violencia, arruinando y sumiendo a Francia en el caos. Durante la misma vio cómo el jefe hugonote Coligny aumentaba peligrosamente la influencia sobre su hijo el rey. Cuando éste alcanzó la mayoría de edad, el líder protestante le propuso reemprender la política agresiva contra España y apoyar a los rebeldes flamencos, cosa que Catalina, dada la ruinosa situación del reino, lo percibió como una acción suicida. Para ella era sumamente urgente librarse de los hugonotes.

La oportunidad se le presentó en agosto de 1572, cuando París recibió a los miles de sus miembros que acudían a la boda de Enrique de Navarra con Margarita, hija de Catalina y hermana del rey. Días antes, Coligny había sido levemente herido en un atentado también instigado por la reina madre. Ella, sin desanimarse por el fracaso, convenció a su hijo de la existencia de un complot por parte de los hugonotes para vengar el ataque contra Coligny, que se concretaría en una sublevación para luego asesinar al rey tras la boda. De esta manera sugirió a su hijo la necesidad de adelantarse y eliminar a los principales cabecillas. 
Así, tras el apoyo de Carlos IX, al repicar las campanas de la iglesia de Saint-Germain, el nuevo duque de Guisa, Enrique el Acuchillado, encabezó a las turbas, que asesinaron a cerca de 4.000 protestantes en París. 

 (Enrique de Guisa)

A Coligny le sorprendieron en la cama y, tras atravesarle con una lanza, arrojaron su cuerpo por la ventana y el de Guisa lo descuartizó en el patio. Enrique, el nuevo yerno de Catalina, salvó la vida al convertirse repentinamente al catolicismo. La matanza se extendió a otras ciudades de Francia, con similar resultado. Cuentan que Felipe II, por entonces también yerno de la intrigante reina madre francesa, rompió en una sonora carcajada cuando se enteró de la matanza, mientras que en el Vaticano el papa Gregorio XIII mandaba oficiar un tedéum, acuñar una moneda conmemorativa y hacer que el pintor Giorgo Vasari recrease en unas pinturas las escenas de la matanza para su deleite personal.

(Representación de la Matanza de San Bartolomé según François Dubois - Museo Cantonal de Bellas Artes de Lausana).

Catalina había logrado conjurar el peligro hugonote, pero su hijo el rey seguía siendo incapaz de engendrar un heredero. Por ello también le asignó una amante con el fin de despertarle el apetito sexual necesario para procrear del que al parecer carecía. Pero Carlos IX murió a los 24 años sin haber logrado descendencia. Oficialmente murió de tuberculosis, pero muchas crónicas insisten en afirmar que murió envenenado. La autora no habría sido otra que su madre, quien, al parecer, había impregnado las hojas de un libro de cetrería con veneno. El ejemplar estaba destinado a su yerno Enrique, del que temía que pudiese llegar a ocupar el trono en detrimento de sus hijos, como así acabó ocurriendo, y que era muy aficionado a ese tipo de libros. Pero ocurrió que, por accidente, fue su hijo Carlos quien abrió el tomo y lo hojeó, muriendo a los pocos días. La posible responsabilidad de Catalina está bien fundamentada, pues era bien sabido que seguía empleando sus habilidades de envenenadora para deshacerse de sus rivales, como hizo con Juana de Navarra, la madre de Enrique y, por tanto, su consuegra, una fanática hugonote que murió misteriosamente tras recibir unos hermosos guantes perfumados, como regalo de Catalina, fabricados por un prestigioso artesano italiano. Oficialmente se dictaminó que el óbito había sido causado por una pleuresía fulminante.

(Enrique III de Francia)

Para suceder a Carlos IX, Catalina hizo venir de Polonia a su estrambótico hijo, que reinaría como Enrique III. Éste era su preferido, y siempre se refería a él como “las niñas de mis ojos”; pero pronto su comportamiento abiertamente homosexual le hizo comprender que tampoco de él podría obtener descendencia. Todos sus intentos de apartarle de sus amigos y de tentarle con bellas jovencitas fracasaron. Además se comprobó que el rey había contraído la sífilis, lo que hacía todavía más difícil una posible paternidad. De todas formas, el desinterés casi absoluto de Enrique III por las tareas de gobierno hizo que su madre siguiese controlando las riendas del poder. Mientras tanto, su otro joven hijo varón también moría en una incursión militar.

Durante los últimos años de vida de Catalina, Francia se involucró en la guerra de los Tres Enriques, que enfrentó por el trono al rey, al duque Enrique de Guisa y a Enrique de Navarra. Cuando Enrique III logró asesinar a su rival el duque corrió eufórico junto al lecho de su madre, ya moribunda, para darle cuenta de la noticia. Catalina, escéptica y desengañada, contestó: “No todo consiste en cortar, hijo mío; es preciso también zurcir”. Finalmente, Catalina moría a principios de 1589, y sólo meses después el rey de Francia era asesinado.
Era evidente que sus esfuerzos para que sus hijos mantuviesen el trono habían sido baldíos. 

 (Fernando III observando el cuerpo del Duque de Guisa)

Fue esposa de rey y madre de tres más, pero ninguno de éstos había dejado herederos. Menos a su hijo Enrique, había visto morir a todos. Era como si el destino se burlase de ella: no sólo habían sido estériles sus maniobras, sus asesinatos, sus espionajes y sus intrigas, sino que los problemas que en su día había tenido para concebir se habían trasladado a sus vástagos varones cual maldición de bruja. Además, aquel a quien había querido eliminar, su yerno Enrique de Navarra, era nombrado heredero del trono por la muerte o la falta de descendencia de todos sus hijos varones.
(Catalina de Médicis -  pintura al óleo de Santi di Tito) 

Enrique de Navarra sería el futuro Enrique IV. Sin duda, era una cruel mueca del destino, el castigo perfecto para una mujer calculadora que no reparó en los medios más criminales para conseguir sus fines, pero que al final no pudo evitar que la casa de Valois se extinguiese.

Fuente de Datos:
*”El veneno de la Belladona” – Juan Carlos Losada (El País Semanal)

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